miércoles, 13 de junio de 2012

“Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud.” Libros del Chilam Balam



                                                                                  
A Juan Pablo Bertazza 
  
Si Alejandra Pizarnik dijo ser la heredera de todo  jardín prohibido, 
Juan Pablo Bertazza, luminoso poeta y brillante periodista,  
será el heredero de toda antorcha que alumbre a los ermitaños de la noche.



AL LUGAR DE SU QUIETUD

Vienen a la velocidad de la luz porque las naves de la profecía (Chilam Balam) serán una luz y llegarán como el polen cuando la flor espera.

Bajarán del cielo (Chilam Balam) y nosotros ya no seremos los mismos ni en la magia  ni en los sueños.

Desde lo viejo (Chilam Balam) los nuevos se vienen preparando con el cuerpo, con los alimentos y el alma.

Por ahora, ellos están en otras palabras (Chilam Balam) que pertenecen al mañana y al silencio.
                                                                                            
Saldrán de la sombra (Chilam Balam) y vendrán sabiamente.



LO QUE  TAMBIÉN  ESTÁ ESCRITO 
EN LAS PROFECÍAS  DE  CHILAM BALAM: EL JAGUAR

Chilam, el que es boca, el que es lengua, el que es diente. Balam, el que viene sigiloso, el que es dios, el que es jaguar.

Puede estar detrás de la roca,  inmóvil y callado para no delatar su presencia. Puede estar arriba del árbol que también se ha quedado mudo.

Puede estar en la noche que lo acompaña, en el amanecer que lo abandona y en el equilibrio del mediodía y de la medianoche.

Cada una de sus manchas es una letra, un símbolo que persistirá o un signo de cambio.

Miradas  a flor de piel que deben ser leídas con los ojos cerrados.


















“Escribir no sólo es sentarse  a una mesa
y dejarse librado asimismo,
escribir es también escuchar el ruido del mundo.”
J.M. G. Le Clézio

LOS SACERDOTES DEL SOL

Ya se sabe la cifra: 21 del 12 de  2012. Entonces, el viejo calendario ha de morir esa semana de diciembre.

Llegarán desde lo alto y esperemos que se posen suavemente sobre la tierra como el faisán y no como el águila. Serán nuestros huéspedes en la casa de nuestros pensamientos; esperemos que nos dejen dormir y soñar.

Por fin comprenderemos el camino sin necesidad de movernos.  Las voluntades estarán  junto a la voluntad de los sacerdotes del sol. La verdad del sol ya no será sólo la verdad del fuego. Habremos despertado  de un largo y pesado sueño; esperemos que las próximas verdades no se conviertan en pesadillas.

                                                                                                                   
EL ÁRBOL DE LA VIDA

Ya lo saben las hojas del árbol porque estaba escrito en sus hojas. Cada hoja, lo sepa o no,  puede tomar uno de los veintidós caminos del viento:    Aleph, Beth, Gimel, Daleth, Heh, Vav, Zayin, Cheth, Teth, Yod, Kaph,  Lamed, Mem, Nun, Samekh, Ayin, Peh, Tzaddi, Qoph, Resh, Shin, Tau. 

Que el nombre de cada camino esté en hebreo no es una rama sino una visión  distinta del mismo árbol, como una pluma en el espacio Aleph,  que en griego es el camino Alfa; como un ala en el momento Beth,  que en griego es el tiempo Beta; como un ojo que puede ver la luz Gimel, que en griego es el rayo Gama.

Y así sucesivamente, cada letra o ave o nave encontrará su Gama:

Delta,  épsilon,  dseta,  eta,  zeta,  iota,  kappa,  lambda,  mi,  ni,  xi, ómicron,    pi,    ro,    sigma,    tau,    ípsilon,    fi,    ji,    psi,   omega.     
                                                                                           

             
                       TODO COMENZÓ EN EL MAR

Los árboles fueron naves y brújulas, las estrellas. Horizontes y distancias encontraron los ojos; las manos y la tierra, las vasijas. Por iluminación los días se alimentaron del sol y las noches, de la luna.

Unos pájaros negros bebieron de las uvas y cantaron. Una oliva madura que se durmió entre la lluvia y la sal, despertó entrando en el mundo nuevo de una boca.

Los dioses del mar peinaron los cabellos del cielo y así nacieron los dioses del viento.

Las aves fueron las hermanas del aire y los peces, el pan de las redes.


Era el tiempo de la música del agua y del silencio de las nubes. Era el espacio para una historia que tuvo su primer borrador en un cuaderno de arena y que después, llegó a ser libro en la piedra.

En los oasis se extasiaron las palmeras que se multiplicaron como los camellos y el entendimiento del amor hizo cosas maravillosas.

Cerca del volcán y del poder de las cenizas se crearon las máscaras.  Al lado de un río se pensó el tiempo.

La risa fue pensada por el  fuego que fundió los metales y así nació el hierro para el bien y para el mal.

Fuerzas extrañas revelaron los imanes y atrajeron augurios y presagios los eclipses.

Luego,  se engendró la tempestad que fue cantada por Homero. Después, la sabiduría del mar cantó sobre las rocas y las olas dijeron Ulises.

En una noche se comenzaron a soñar Las Mil Noches Y Una Noche Más.

Universo y enigma. Porque los ciclos se repiten en la encrucijada de los espejos y en la soledad de los mundos, no es imposible que alguna Genoveva vuelva a ser una santa valiente o que otra Rosalía vuelva a ser una elevada poeta.

En un largo día que se había quedado prisionero entre rejas y murallas, pasó la luz como pasa el viento y un hidalgo en su rectitud  y un escudero  en su compasión, de la Cárcel Real de Sevilla liberaron a un hombre que había dormido y soñado.

Ya estaba escrito que terminaría la bella fiesta de algunos imperios, que se descubrirían nuevos mundos, nuevos raciocinios y que con la energía de los astros se crearían desconocidos inventos.

El misterioso cuerpo humano fue abierto y estudiado para que otros por la fuerza cayeran, como cayó Miguel Servet, en el foso de la infamia de la ignorancia.

Por otros enigmas, Galileo Galilei logró que su boca dijera unas palabras que no eran suyas sino de la supervivencia de la especie.

En Londres, un dramaturgo en su esplendor, que fue muchos hombres y muchas mujeres, obró de tal manera para que se siga poniendo en escena la maldad en Escocia,  la duda en Dinamarca, el amor en Verona y los celos en Venecia.

Siglos más atrás, con alma justiciera un florentino hizo justicia con su mano y escribió el mayor de los poemas de todo infierno, de todo purgatorio y de todo cielo.

Años después, en Rotterdam un hombre elogió la locura.

Un joven francés, nacido en Clermont-Ferrand bajo el signo de Géminis y el poder de los Borbones,  tratando de encontrar razones en los engranajes de la razón, inventó el corazón de la máquina de calcular, que su padre, recaudador de impuestos para la Normandía, llamó la roue pascaline.

 El Reino de Portugal se dio el lujo de concebir al poeta Luis de Camoens.

 Herido en el orgullo, el Reino de España prometió superar a su reino vecino, hecho que logró cuando publicó a Quevedo. 

 Un alemán, sabio y romántico, creó un personaje que pactó con el diablo.

Francia no quiso ser menos y engendró a un conjunto de pecadores ilustrados que fueron llamados enciclopedistas.

Mamá Enciclopedia tuvo una hija que por inquieta y audaz la apodaron “La Revolución Francesa. Como si esto fuera poco, gracias a esa hija fogosa, a mamá Enciclopedia la hicieron abuela y entre otros nietos altos y prudentes, uno le salió petiso y  militar.

En cada lugar del mundo y de los mundos, de las noches  y de las mañanas, se puede presentar un enigma; basta que sea la hora precisa y nacerá una rosa roja con la fragancia de la rosa, o como dijo Angelus Silesius: "Die Rose ist ohne warum; sie blühet weil sie blühet", frase que Borges siempre recordaba con estas palabras: "La rosa sin porqué, florece porque florece".



TODO SEGUIRÁ EN EL CIELO


Porque el aire es tiempo que se respira y es el alma la que vuela, si tienes alas, ya puedes creer en el cielo. En las alturas no hay miserias.


Canta, canta, canta  y se irá el dolor.


El viaje es hacia arriba, sube con tus ojos y contempla el espacio; lo que traes será lo que te lleves.

Esa era la tierra que tanto te hizo sufrir con los deseos. Por esa tierra pasó Buddha el Iluminado y es probable que ya no vuelva a pasar.
                                                                                            
Qué pequeña se ve la Gran Muralla que una vez caminó Confucio.

Ese desierto fue el desierto de Moisés y fue también el desierto de Jesús.

Las tres pirámides, una sola Esfinge, el delta del Nilo, los faraones, los esclavos; Alejandría, la biblioteca y un incendio. La desesperación por salvar los libros… el desesperado pedido por salvar a la Historia de la Humanidad y una frase escrita milenios después por G. B. Shaw y que ha quedado para siempre:

“Déjala  que arda, es una historia de infamias.”

 Babilonia, a la vera del Éufrates y cerca de la sombra de la torre soberbia, es un  jardín donde están todos los jardines. Babilonia también es la vid y las negras uvas pasajeras que nunca pierden la esperanza de ser el  vino del tiempo y de la historia.

Entre pálidas sabanas de acacias, Etiopía protege y esconde a su Adís Abeba, la que guarda una serie de rostros que no han muerto porque pueden ser vistos en trabajados marfiles.

No lejos del Nilo Azul, está el  oro acuñado en las monedas apiladas en el hambre de un cofre insaciable.


En otra historia está la espada de hierro que todavía tiene sed de sangre y que aún espera el himno épico o la plegaria redentora.
                     
En la itálica bota brilla por su ausencia el salero de plata que salió de las manos de Cellini y que sólo estuvo seguro y tranquilo en la mesa de los Médicis.

Guardado bajo llave, un Alto Libro, el primero que fue  impreso por Gutemberg,  sugiere encarrilar a los hombres.

Como la melodía del agua, como la música de las aves, muchas otras  cosas ya no tendrán en el cielo el sentido que tuvieron en la tierra.  Planeta tan frágil y misterioso como la naturaleza que lo ha concebido: un juego de mortales e inmortales, de dioses y semidioses. No por nada Shakespeare pone en boca de Hamlet estas últimas palabras: “The rest is silence” (El resto es silencio).





GRECIA,  ESTAMOS CONTIGO

Blancos fueron los mármoles de la Acrópolis que siempre recordaremos con la blanca luna, la túnica blanca de Aristóteles y las blancas nubes de Aristófanes.
                                                                                                       
Y ahora que nos sigan las cabras  que dieron la blanca leche de Atenas.

Juntemos las ideas y con un kilo de palabras griegas empecemos a guardar un alfabeto metafísico y viajero.

Que no nos falten los biblos y los sueños. Menos, los pasajes oníricos de Esopo.

Aún se extraña la templanza de Sócrates en el banquete de Platón.
                                                                                        
No nos  llevaremos los azules ríos del tiempo de Heráclito.

No escupiremos invectivas contra los átomos celestes de Demócrito, sólo diremos mesuradas alabanzas a la línea, al punto y a los números de Pitágoras.

Se buscará el poema para los cielos del mar en la medida humana de Protágoras, quien almorzaba sólo pescado


Otros escritos tendrán los mares del cielo en el pensamiento de Anaxágoras que se dejó morir de hambre.

Esperemos que no estén ausentes ni dínamos ni dioses, los alimentos de la psiquis y del cosmos.

El incansable sol, terapia de la mañana nos podría abandonar tranquilamente, no así la linterna de Diógenes.

Que algún poeta imperturbable, viejo y desconocido, se encargue de redactar la elegía a la luna, ícono de la noche y toda la vasta literatura del temor que significa ser mirado en la oscuridad.

Que no falten  las estrellas que guiaron a Jenofonte, quien regresaba de Persia como mercenario con todos los beneficios de la derrota.
                                                                                                                                                                      
Que tampoco falte Cronos del espacio, que nos encuentra en el agua de Calímaco que igual que el tiempo, también es uno y es tres.
                                                                                      
Mucho menos, que estén ausentes los ideales del ser, en la naturaleza de Parménides, en la luz de los cuerpos de Fidias  y en las aparentes, inmortales  y ruidosas  Bellas Artes de Pericles, que mucho le debe a Euclides, a Heródoto y a Tales de Mileto.


Y que no fallen las palabras madres, tales como acro, hidro,  mega,  gogos,  mito,    neo,  grafos, foni,   pan,    quiro,   topo, grama,   hipo,    logos,   macro,    micro,    poli y   tomo.

Nos llevaremos lo ético del rojo del fuego que danza con el viento,  el sabor de la lógica en el anís, la verdad en lo verde del olivo,  la fragancia y la experiencia en la menta que se mueve con el silencio del aire, la física de las nueces, la retórica de los higos y la política de la miel. Vendrán con nosotros,  la imagen del poder de un pueblo en Los Suplicantes de Esquilo; la playa y el humo  en Andrómaca; la  oscura Medea;  y las trágicas  Ifigenias de Eurípides.

Que no disminuya la gracia de la luz, aunque vuelva a iluminar la vida de otro amarillo Edipo enceguecido o que regrese a descubrir  oscuridad y padecimiento en otra rosada Electra.

Que la morada y tempestuosa prosa de Homero siga viva en cualquier parte del mundo, como el dios del vino en los ditirambos de Píndaro y como el alma de las uvas en las odas de Anacreonte.

Que se demoren en perseguirnos algunos males, algunos diagnósticos y algunos remedios que nos dejaron Hipócrates y Galeno. Sí, que nos sigan todos los sabores, perfumes y colores que salieron de la cítara  hasta llegar a la música de la danza del Syrtaki, como la obra de Mikis Theodorakis, la que hizo mover los pies de Zorba el griego.



ROMA, VALE!

Vale o adiós. Apenas se divisa el mar, en la batalla desesperada todo es violencia, sangre y fuego. En el ruido de la muerte, chocan las naves cartaginesas contra las naves romanas.

Atrás ha quedado la sabiduría de los planes, sepultada por las tácticas estudiadas y ensayadas.  Ahora todo queda en manos del valor y la crueldad. ¡Por fin ha sido derrotada Cartago!

Lentamente las aguas bajan.

Son retiradas del terrible escenario las naves destrozadas y los muertos.                              
                   
La arena, testigo del pan y del circo, queda ensordecida por la muchedumbre.

En un lugar del Coliseo, está sentado Cicerón que ya no piensa en el espectáculo naval que ha terminado, pero la historia sigue por dentro. Cicerón discute consigo mismo si debe o no debe apoyar a Pompeyo en contra de Julio César.
                                               
Era el tiempo de los generales que después de la batalla, pluma en mano, seguían luchando con la poesía. Con ella, algunos guerreros se amigaron para siempre:

“Vine, Vidi, Vinci”.

Por otras manos, Claudio Tiberio Druso le entrega a Aulio Plautio, vencedor en Britania, unas monedas tartamudas que llevan el rostro mejorado de Claudio Tiberio Druso.

Hija de Escipión el Africano y madre de Cayo y de Tiberio Sempronio Graco, Cornelia, vestida con el sencillo lino de la elegancia, sonríe y se transforma en una estatua que aún permanece.

Marco Vipsanio Agripa, el almirante de mares y jardines, como todo el mundo, mientras viaja, sueña.

En una mano algo queda del dorado racimo de uvas y en la otra, está la pluma que dibuja un mapamundi que termina cuando el hombre ha comido el último grano del racimo. 

Mecenas, después de un pausado almuerzo -queso de cabra perfumado con romero, mientras de un vaso de peltre salen largos segundos de vino-  decide meditar sobre los cultivados escritos de Virgilio y de Horacio,  que regará para la eternidad.
                                                          
Marcial, interesado y amable amigo de la poesía, mientras toma vino blanco en una joya transparente, observa que el artista de los cristales ha tallado en la copa unos peces delicados; cuando ya ha bebido todo su misterio y aún tiene sed, se acerca a su anfitrión  y le dice: “Los  peces  deben  nadar” para que  le sirvan más vino.

Por  Suetonio supimos que proferir el nombre del César en un baño público era un delito castigado con la muerte. Cómo han cambiado los tiempos, hoy en día, nuestros gobernantes sólo merecen ser nombrados en las letrinas.


Cuando a Séneca le avisan que ha sido desterrado, el hombre fue más importante que la digestión de una palabra en un baño público. Hizo lo que tenía que hacer y luego, dejó que su pasajera sombra siguiera caminando.

Hoy, por respeto a la lira y a la locura,  no nombraremos a Nerón ni a Calígula.

No es imprudente citar a Plinio el Viejo, quien se dedicó a la tranquila botánica, mas correríamos el riesgo de olvidarnos de las pandectas que reunió Justiniano: códigos, instituciones y novelas, es decir, las nuevas  leyes romanas que no han perdido necesidad y urgencia.

Gracias Roma por haber ordenado primero a la familia y luego, haber organizado el estado. Lástima que todo se termina.

A veces, es mejor no agradecer la Patria Potestad; sí, el Habeas Corpus. Eran los tiempos de la ciencia y del arte del Derecho  -como dijo Celso- “El arte de lo bueno y de lo justo.”

¿Cómo no invocar el  honeste vivere: vivir honradamente, el  alterum non laedere: no molestar a los demás y el  suum cuique tribuere: dar a cada cual lo suyo?
               
El que se asoma a las declinaciones del Latín, al igual que todos los hombres –como dijo Edward Gibbon en Decline and Fall–  ya es un ciudadano de Roma. Otro ciudadano y escritor alemán, Oswald Spengler, autor de "La Decadencia de Occidente" dijo: "Cuando más elevado es un pueblo, más limitado está en su libertad." Es evidente que el Imperio Romano se elevó tanto, que llegado su momento más difícil, ya no pudo elegir.


Roma combustible, Roma republicana, Roma lapidaria. Debe haber seguramente miles de ciudades dispuestas a la ruina y al espanto, pero no hay otra ciudad como Roma para contemplar cerca o lejos de ella, el título de la obra maestra de Gibbon: La Declinación y la Caída."



Grabado de Giovanni Battista Piranesi  (Italia, 1720 - 1778)

1 comentario:

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